REMEMORANDO AL USTUU-HUREE: "ecos del Amazonas resonaron en Siberia"
Por Íkaro Valderrama
9.
La procesión culminó pasado el mediodía
con una hermosa ceremonia budista en el templo Ustuu-Huree. Se leyeron sutras y
se hicieron ofrendas por los miles de monjes que murieron durante el régimen
soviético. Recuerdo que había bastantes fotos del Dalai Lama, hacia quien podía
observarse una fervorosa devoción por parte de los tuvanos. También recuerdo una imagen bellísima de la
Tara Verde, la madre de todos los Budas. El budismo tibetano llegó a Rusia por
primera vez a través de lamas tibetanos y mongoles que arribaron a las costas
orientales del Lago Baikal, en el siglo
XVII.
Desde entonces, en muchas repúblicas siberianas ha tenido lugar un complejo
proceso de simbiosis entre el budismo y las prácticas ancestrales animistas de
dichos pueblos nómadas.
Los organizadores del Festival Ustuu-Huree
dispusieron algunos autobuses para llevar a la gente de vuelta al campamento.
Regresamos a eso de las dos de la tarde. El campamento estaba ubicado a quince
minutos de Chadán, la aldea más cercana, en medio de un bosque con inmensos
abedules. Ahora que lo pienso, este era un sitio muy estratégico, ya que
también estábamos cerca del río Chadán, cuyas aguas son famosas por sus
propiedades curativas. Por todas partes se veían tiendas de campaña y grupos de
personas comiendo alrededor de las fogatas. Tardé un buen rato en llegar a mi
carpa, pues a cada diez pasos alguien me llamaba y me ofrecía un poco de té,
galletas o tabaco. Yo no conocía a todos los que me invitaban, pero pude darme
cuenta de que la mayoría me había escuchado cantar el día anterior.
En efecto, un día antes se realizaron una
suerte de eliminatorias para decidir qué músicos se presentarían en la gran
escena del Festival, no solo frente a los turistas sino ante toda la gente de
la región. Para ello se dispuso una tarima más pequeña en el territorio del
campamento. Entre los jurados estaba Gendos, un músico tuvano que ha viajado por
Europa con su fusión de sonidos tradicionales esteparios y ritmos electrónicos.
En principio yo no tenía planeado participar, pero sin saber cómo, de un
momento a otro terminé plantado allí, con mi poncho y una guitarra. Recuerdo
que canté una famosa tonada andina, Ojos
azules, y que a la gente le gustó bastante. Después interpreté una
composición propia. La competencia era reñida, ya que se presentaron músicos
excelentes de diversos lugares de Rusia y el mundo. Sin contar a los
intérpretes de khoomei, el
tradicional canto de garganta siberiano. Por eso, fue una gran sorpresa cuando
salieron los resultados: yo también tocaría al día siguiente, después de la
procesión al templo budista.
10.
«Si no se espera, no se
encontrará lo inesperado,
puesto que lo inesperado
es difícil y arduo». (Heráclito)
21.
El Taita le pide a su hija pequeña que me
enseñe una canción. Estamos en su casa en las montañas de San Agustín, es de
mañana y hace un calor intenso. La niña debe tener cinco o seis años, es muy
tímida pero su padre le da ánimos y ella empieza a cantar una tonada en su
lengua nativa, el cofán. Es un idioma hermoso, distinto a cualquier lengua que
hubiera oído antes, pero lo que más me llama la atención es una palabra que la
niña repite varias veces.
— Taita,
¿qué significa esa palabra que se repite en la canción?
— ¿Qué palabra compañerito?
— Pues
me pareció escuchar algo así como Ufa.
— En el idioma de nosotros, Ufa significa yagé, ayahuasca. Esa es una canción que cuenta cómo
Dios sembró uno de sus cabellos en la selva, y así nació el bejuco del yagé,
para la salud de toda la humanidad. ¿Entiende, compañerito?
22.
Cinco minutos
antes de subir a la tarima del Festival Ustuu-Huree, en el centro de Asia,
decidí que cantaría aquella canción que me enseñó una niñita del Putumayo. Yo
estaba detrás del escenario junto a otros músicos. Una joven muy linda,
ataviada con un largo vestido azul, se acercó para preguntarme algunos datos y
para decirme que pronto sería mi turno, inmediatamente después del grupo Tuvá. Dicho
grupo está conformado por músicos tradicionales muy virtuosos, grandes
intérpretes de canto de garganta a quienes yo admiraba desde tiempo atrás. Mientras
esperaba, en medio del nerviosismo, le pregunté a un joven tuvano cómo se dice “hola”
en su lengua nativa. No solo me enseñó esto sino otra frase que, según él, le
gustaría mucho al público local.
«Ekii, Chadán Uyok», dije —sin saber del todo el significado de la frase— apenas estuve frente a cientos de personas en aquel escenario de la estepa, con una guitarra prestada y mi corazón latiendo al ritmo de los caballos salvajes. La línea que dije hizo efecto, el público se puso eufórico, aplaudieron dando gritos y entonces arranqué a tocar a toda velocidad, con el alma en la boca: aquella tarde, sin haberlo planeado mucho, ecos del Amazonas resonaron en Siberia.
«Ekii, Chadán Uyok», dije —sin saber del todo el significado de la frase— apenas estuve frente a cientos de personas en aquel escenario de la estepa, con una guitarra prestada y mi corazón latiendo al ritmo de los caballos salvajes. La línea que dije hizo efecto, el público se puso eufórico, aplaudieron dando gritos y entonces arranqué a tocar a toda velocidad, con el alma en la boca: aquella tarde, sin haberlo planeado mucho, ecos del Amazonas resonaron en Siberia.
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